Terapia protónica

Consulta con final antropocéntrico

“Buenos días, reanudemos la sesión de la semana pasada, si les parece bien: empecemos con un recuerdo.”

“Bueno doctora, esta noche soñé que yo no era yo. Estaba aplastado, estrecho, apelotonado, entremezclado con toda una masa informe de materia y energía. Me sentía muy incómodo la verdad, era como estar en una sopa, hacía muchísimo calor. Luego una voz gritando, como de alguien que recoge una orden en el bar: “Three quarks for Muster Mark”[1], y de repente (NdR 0,00001 segundos después del Big Bang) estaba mejor, ya estaba entero, con todos los trozos, bueno los tres, pegados uno a otro.”


“Pare señor Qwerty, no les pedí de contarme un sueño. Ya lo hablamos en las primeras sesiones: este sueño recurrente es probablemente una reminiscencia subconsciente de su estado embrionario, ¿recuerda?”

“En efecto, si. Pero doctora, estoy un poco angustiado, no consigo retomar el hilo.”

“Les haré un breve resumen de los recuerdos que hemos trabajado hasta ahora, si le parece bien: usted nace como un protón sano y guapo, en ese desordenado mercado a cielo abierto (o bien a espacio-tiempo abierto) que era el plasma primordial. Hace su vida de joven soltero, viajando mucho, conociendo otros protones, haciéndose amigo de neutrones y electrones. Relaciones fugaces e inestables, cada uno con su vida, cada uno con su movida…

Trescientos ochenta mil años de vida brava. Luego usted y sus compañeros trasnochadores deciden sentar cabeza. Usted forma el primer núcleo y empieza la danza con un pequeño, precioso, electrón: una vida tranquila, una pareja como tantas, formando su átomo de hidrogeno. Junto con su electrón amplía sus horizontes, hay vida más allá de su ombligo, sale de su egocentrismo, el universo se hace transparente, ve la luz viajar de un lado a otro del cosmos.

En aquel entonces la temperatura del universo descendió a 3000 K, lo suficiente como para permitir que electrones y protones formen átomos de hidrógeno, haciendo así el Universo transparente a la radiación.»

“Ya recuerdo, si! Luego le conté de las inquietudes que tenía yo, más allá de la relación con mi electrón, sentía esta fuerza gravitacional que me hacía juntar en una carrera cada vez más rápida con más y más átomos, todo rumbo al centro de la pista de baile. Empezaba a hacer mucho calor. Acercándonos y a veces chocando con quien estaba ahí a tiro, empezaron los cambios vitales. Hasta ayer éramos un hermoso átomo de hidrógeno, y ya perdí mi electrón, volví al gran quilombo del plasma. Ay, las ganas de la carrera, de agrandar la empresa, de la abundancia, del crecimiento personal profesional y económico: lo quería todo.

Pasé rápidamente a formar parte de un núcleo de deuterio, y luego a aquello del helio. Al principio nosotros protones no nos fiábamos mucho de los neutrones, esos individuos extraños. Luego te acostumbras a tener negocios y estrechar amistades (aunque interesadas, claro) y sociedades con quien sea: la energía lo mueve todo.

Cada vez que nos ampliamos, una maravillosa explosión: fotones y energía a raudales, y a veces unas que otras particulillas ligeras. No podíamos conformarnos siendo solo helio, empezamos varias joint ventures: entre dos helios llegamos a formar un núcleo de carbono, la llamamos “aventura triple alfa”.

Nada mal, pero seguimos teniendo hambre, luego entramos en el juego de la ruleta del CNO.

El ciclo de carbón-nitrógeno-oxígeno (ciclo CNO) uno de los procesos de fusión del hidrógeno.

Muchos colegas se sentían ya en un punto de llegada: aburguesados, les decía yo. En un núcleo de carbono, hice una increíble escalada social: éramos unos cuántos núcleos de carbono convenciendo a los pequeños helios a unirse en la aventura triple alfa. Llegamos a formar oxigeno, sacando fotones…

…y luego inventamos el truco de la combustión del oxígeno: con dos núcleos de nosotros podíamos convertirnos en núcleos aun más grande: manganeso, silicio, potasio o azufre. Yo elegí el silicio, prometía bien la inversión aquella.

Acerté la apuesta, definitivamente: a través de la combustión del silicio pude formar parte de núcleos más masivos: nitrógeno, cobalto, y hierro! De estas reacciones sacamos aún más energía, y además fotones, positrones y antineutrinos electrónicos.

Que gran sensación de poderío, ya lo se doctora, debería calmarme, pero si pienso en aquellos tiempos…”  

“Señor Qwerty, convendría que recuerde también lo que pasó después…”

“Si doctora, lo hemos trabajado mucho, y soy consciente: por más que quisiéramos fusionarnos con otros núcleos, para ampliarnos en núcleos más pesados y grandes, estas reacciones atómicas ya no producían energía, sino que, horror, consumían energía. Hubo un desequilibrio de energía y presión de radiación, que iba acabándose poco a poco, mientras la gravitación seguía con su atracción hacía el centro estelar. Se acabó la ganga, los periódicos escribían: “La burbuja de la explotación de la nucleosíntesis estelar, después de diez mil millones de años, ha llegado a su fin”. Antes estábamos todos surfeando en este delicado equilibrio de gravitación, fusión nuclear, explosiones y presión de radiación, y éramos los reyes de la estrella. De repente todo colapso, y la estrella terminó en una gran explosión. El periódico titulaba: “Ya llegó la fase de supernova: la nueva normalidad que generará la vida biológica.”.

Remanente de la explosión de supernova de Kepler SN 1604.

Junto con otros 25 compañeros protones, 26 electrones danzantes y 30 neutrones, solidarios en un humilde átomo de hierro, fuimos vagando por el cosmos. Así, durante millones de años.”

Estructura de un átomo de hierro.
Mineral de hierro.

“Muy bien señor Qwerty, les veo centrado y muy lúcido. ¿Luego que pasó?”

“Luego entramos en una nube molecular, y poco a poco íbamos colapsando con todos los demás átomos, y otra vez a toda gravitación hacia el centro: el entusiasmo de nuestro átomo era palpable, volvíamos a la nucleosíntesis!

Pero no, no fue así: en el centro de la nube si se formó una estrella, el sol, pero nuestro átomo de hierro no participó al festín. Éramos un elemento ya muy viejo y pesado y nos quedamos orbitando a su alrededor: una decena de millones de años, en las revoluciones nos juntábamos átomos sobre átomos, formando motas de polvo, pequeñas piedras, rocas, asteroides, un cumulo cada vez más grande. Nunca volvimos a la nucleosíntesis, todo estaba más frio, estábamos juntos pero sin explosiones ni energía ni na…”

Formación del sistema solar de la nube solar, pasando por el disco protoplanetario.

“Ahora se considera usted en una fase de estabilidad, equilibrada, madura, ¿es así, verdad?”

“La verdad doctora, es que me aburro. Llegamos a formar ese pequeño planeta, la tierra. Ya somos como una familia apaciguada: muchos elementos químicos distintos, varías moléculas, dispuestas en estratos geológicos de espesor de decenas a miles de kilómetros, cada cual con sus reacciones químicas; hasta tenemos, en las plantas altas, agua y una capa gaseosa de atmosfera. Aquí tengo un trabajo fijo, en núcleo externo, vamos haciendo nuestras trayectorias convectivas, y nos encargamos de generar el campo magnético terrestre, desde hace uno 4 mil millones de años. Un par de miles de kilómetros hacía arriba, otras vez de vuelta hacía abajo, veo siempre los mismos tipos, no conozco gente nueva. Enjaulado en este liquido caliente, sin saber que pasa ahí fuera en el cosmos. No llegan ni siquiera los periódicos aquí. Me aburro. Mucho.”

“Está usted en la crisis de los 13 mil millones de años…”

“¿Que?”

“Usted ya se considera una partícula de vuelta de todo: ha desfasado en la huerga del plasma primordial, luego las primeras danzas con electrones y la escalada energética de la nucleosíntesis. Usted no consigue más entusiasmarse, no consigue encontrar lo bello y lo hermoso en su pequeño y útil trabajo cotidiano.”

“¡Es verdad doctora! Doctora, yo necesito más estímulos, necesito un gran proyecto, nuevos horizontes…”

«Por favor, nada de comprarse una moto o tirarse de un puente con un elástico. Usted tiene que tomar consciencia de su importantísimo rol: gracias al campo magnético que estáis generando la tierra está protegida del viento solar, un flujo de partículas energéticas cargadas que emana del sol. Vuestro campo magnético desvía la mayor parte de las partículas cargadas. De otra manera estas partículas destruirían la capa de ozono, que protege a la Tierra de dañinos rayos ultravioleta.»

«Doctora, como sabe usted esto? Tiene noticias de la corteza terrestre?»

«Ehm… si, algunos de mis pacientes son de ahí…»

«Entiendo, pero que más da eso de la capa de ozono y de los rayos ultravioleta? no les veo el punto.»

«Es muy importante: también gracias a tu labor en el núcleo de de tu átomo de hierro puede existir vida biológica en la tierra.»

«Ah eso, la vida biológica, lo que comentaban los periódicos después de la supernova, y eso es importante? de verdad?»

«La vida biológica es un increíble experimento, muy sofisticado, que el universo está haciendo, intentando poner al limite sus mismas leyes termodinámicas, disminuyendo (localmente) la entropía. Debería de ir muy orgulloso…»

«Doctora, podré salir un día a ver que es esta vida biológica?»

El autor quiere agradecer a Italo Calvino, del cual es un inmerecido admirador y discípulo. Calvino con sus obras, en espacial manera Las cosmicomicas y El sistema periódico, ha sido y será una inagotable fuente de inspiración

[1] Los descubridores del quark bautizaron su hallazgo con una palabra extraída de la novela de James Joyce Finnegan’s wake (El despertar de Finnegan), más precisamente de la frase «Three quarks for Muster Mark» https://www.elcastellano.org/envios/2020-03-17-000000

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