De los planteamientos sobre la tercera cultura a lo largo de 50 años de historia occidental: Snow y Brockman
Estudiamos el concepto de tercera cultura, como punto de encuentro o de síntesis de las dos culturas, i.e. la cultura humanista y la científica, tal como ha sido desarrollado en dos etapas distintas de la historia occidental del siglo pasado: primeramente por Charles Percy Snow, físico y novelista inglés, en su ensayo de 1959-1963 “Las dos culturas y un segundo enfoque”, y luego por el estadounidense John Brockman, empresario cultural en el campo de arte, ciencia y libros, en su ensayo “La tercera cultura” de 1995.
Es llamativo que a distancia de 35 años y en dos continentes culturalmente distintos, las críticas de Snow y Brockman (y de todas las personalidades del mundo de la ciencia y de la filosofía entrevistadas por este último en su ensayo) al mundo académico e intelectual de los humanistas son análogas: un mundo impermeable y reacio en admitir en sus cumbres de intelectuales y en sus productos culturales científicos y ciencia. Los humanistas no solo niegan que la ciencia pueda crear cultura, ideas para una evolución de la humanidad, sino que ignoran la incultura científica, niegan que sea un problema para la clase política, ejecutiva e intelectual de un país no poseer alguna educación científica, faltar de la herramienta de la visión científica para evaluar, actuar, tomar decisiones.
Las caracterizaciones de tercera cultura por estos dos autores tienen enfoques distintos, por tono y contenido.
Snow sostiene que los que están desarrollando la tercera cultura son la clase de intelectuales procedentes del mundo de la historia social, sociología, ciencias políticas, demografía, psicología, medicina, arquitecturas, ya que todos estos se interesan en lo que “los seres humanos viven o han vivido, pero no en términos de mito[1], sino de realidad”. Esta tercera cultura debe ayudar y aportar en los procesos decisionales políticos, y es necesaria en una época en la cual la ciencia está determinando nuestro destino, nuestra propia supervivencia. Snow se muestra optimista sobre la aportación que los científicos y la ciencia en algunas de las políticas contingente y urgentes, como en el contexto de la escalada tecnológica militar de su tiempo y a la guerra fría. En su discurso destaca en valor del pensamiento y el lenguaje lógico de la ciencia, que están evitando desastres políticos. A continuación, más a largo plazo, para una revolución humana guiada por una ciencia aplicada, que nos hará cada vez más dueños de nosotros mismos, necesitaríamos “conocimiento de nosotros mismos, nuevas técnicas y saberes prácticos”. Para esto es necesario, y sin embargo no suficiente, una reforma de la enseñanza en el sistema educativo, que haga hincapié sobre “la experiencia imaginativa de la ciencia, los dones de la ciencia aplicada, la empatía hacía en sufrimiento de nuestros semejantes, y la responsabilidad”.
La nueva cultura, la tercera vía, que propone Snow no sigue los tópicos asociados actualmente a la ciencia, i.e. fría, racional ajena a sentimientos humanos, sino está impregnada de muchos valores profundamente sociales, y su objetivo siempre es una pacífica convivencia de una humanidad sin sufrimientos.
Es un discurso que se concentra en el establecimiento de un nuevo pacto de confianza entre ciencia y política, bastante optimista, sobre todo habiendo sido formulado en la época de la guerra fría. Sesenta años después creo que con el nivel de conciencia humana y desarrollo tecnológico de entonces podríamos haber gestionado mejor la situación; sin embargo nuestra especie ha sobrevivido, no hubo ningún holocausto nuclear, y este en un hecho.
Brockman cuarenta años después nota que aún no ha aparecido esta tercera cultura que predecía Snow. Los intelectuales, es decir los hombres de letras que se han apropiado este calificativo con uso exclusivo, siguen sin comunicarse con los científicos.
En los años 90 empieza la época de la comunicación global, rápida y masiva, y en este panorama son los propios científicos que, prescindiendo de intermediarios procedentes del mundo de la cultura clásica e institucional, toman palabra, se abren al mundo exterior, (algunos bajan de su torre de marfil) y comunican: libros, revistas de divulgación científicas, tertulias, eventos de ciencia divulgativa.
¿Porque este brote de comunicación de científicos es clave en el mundo actual? Brockman defiende que a diferencia de la naturaleza humana, que no cambia demasiado[2], la ciencia si lo hace, forma conocimientos cumulativos, que inciden en el mundo rápidamente, de manera irreversible, llegando a pautar el propio ritmo del cambio del mundo. Las disputas y las cuestiones abiertas y debatidas en la tercera cultura afectan la vida de todos los habitantes del planeta, de eso su importancia. La tercera cultura difunde nuevos conceptos, e.g. la complejidad o la evolución, que se convierten en un nuevo conjunto de categorías y metáforas para describir y entender a nosotros mismos y al universo.
Según Brockman la tercera cultura está empezando a nacer y promoverse en una comunidad de científicos, abierta e ilustrada, para luego difundirse y plasmar el debate social. Diversamente para Snow la mecha de la tercera cultura empezaba por pensadores de aquellos nuevos campos de conocimiento académico de entonces que eran por así decir “híbridos”, en una zona gris entre humanístico e científico, que pudieran hacer de puente, a través de sus conocimientos científicos aplicados, entre ciencia política y por ende sociedad.
Considero el planteamiento de Snow como el más serio y eficaz para que la ciencia participe en un cambio social y humano.
[1] Como por otra parte han hecho algunos autores literarios de su época, los cuales con sus obras literarias escudriñan sentir y sentimientos, y se compadecen en la soledad del ser humano. Por otra parte el científico optimista, en cierto sentido anti-romántico, a pesar de conocer la mísera condición humana individual, trata de ser practico e intentar resolver problemas a nivel de sociedad.
[2] Como es verdad que en seguimos teniendo experiencia de los mismos sentimientos de los personajes de Shakespeare, y por eso los clásicos gustan tanto.